jueves, 16 de julio de 2015

Cuento clásico latinoamericano.

"LA TRISTE HISTORIA DEL DROMEDARIO" - Gabriel García Márquez 

No es que Mr. Robertson sea un excéntrico, a pesar de que vive en una perrera. Las cosas sucedieron de una manera tan natural, que ni él mismo sabe a ciencia cierta cómo comenzaron.
Un día de 1947 Mr. Robertson, que tenía una pequeña granja en el estado de Texas, recibió una comunicación en la que se le anunciaba que en la oficina de correos del pueblecito vecino tenía un envío recomendado.
Eso fue un sábado. El lunes Mr. Robertson dio algunas instrucciones en la granja, puso en movimiento el cochecito y se fue para el pueblo. Cuando se presentó a la oficina de correos le dieron los detalles completos: procedente de Egipto, lo esperaba un dromedario. Nada más.
Fue así como, mientras se aclaraban las cosas, Mr. Robertson salió a la calle con su dromedario y se dispuso a conducirlo a su distante propiedad. Con el animal amarrado al cochecito, se presentó el miércoles siguiente a su granja de Texas, sin haber pensado todavía ningún plan para el futuro.
Así empezaron las cosas aunque Mr. Robertson no lo recuerde ahora. Como medida eventual desocupó el gallinero y puso a vivir el dromedario entre la alambrada, hasta cuando se le ocurriera un recurso distinto.
Pero los días fueron pasando y el aviso puesto en el periódico del pueblo donde se indagaba por la existencia de algún Mr. Robertson de la vecindad que hubiera estado esperando un dromedario de Egipto no dio resultado.
A las dos semanas de estar en el gallinero el animal se había fastidiado y había hecho una incursión por el traspatio, que dio al traste con la siembra de árboles frutales. Al regreso se encontró con el perro, se armó una tremolina y Mr. Robertson salió al patio con la escopeta. Sin embargo, entre el perro y el dromedario, el granjero se decidió por el último y dejó al primero fundamentalmente frío de un tiro de escopeta.
No había transcurrido un mes cuando ya el dromedario se había familiarizado de tal modo con la granja, que se iba a echar la siesta en la sala y se pasaba el día merodeando por los cercados, destruyendo el resultado de un largo trabajo realizado con honestidad y desvelo.
Al principio los niños de la vecindad se distraían acosando al dromedario, pero no transcurrió mucho tiempo antes de que se fastidiaran y lo dejaran tranquilo, paseándose como dueño y señor por todas las dependencias de la propiedad.
Si Mr. Robertson vive en una perrera, no es porque sea un excéntrico, sino porque un día cualquiera el dromedario se aventuró hasta el dormitorio, entró como Pedro en su casa, se acostó en la cama y se quedó dormido, cómodamente dormido, sin que hubiera granjero en el mundo capaz de despertarlo. Entonces Mr. Robertson, pacientemente, cogió sus enseres y se fue a dormir a la perrera, único lugar hasta donde no llegaría el animal.
Es cierto que colocó en la puerta de la granja un letrero que dice: “Se vende un dromedario”. Pero los granjeros que pasan por allí los sábados en la tarde, se limitan a comentar: 
“Robertson está tan loco, que se fue a vivir a una perrera y ahora se le ha dado por creer que es comerciante de dromedarios”. 


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